niña de ciudad, niña de campo
La mañana se coló por la ventana y me hizo cosquillas en los pies.
“Depierta Irene, que ya llegué” Me dice mientras me visto.
La tormenta resonó en la buhardilla toda la noche. Ahora ya no está, marchó con la luna y mis sueños de piratas. Mmmmm, ¡qué bien huele a sol, tostadas y lluvia!
El tractor de papa traquetea loco de contento.
“¿Venis a jugar Ana?” pregunta el viento mientras nos despeina cariñosamente la cabeza.
“Aun no. Vamos a la escuela” le grito. Pero con el cacareo de las gallinas, no se si me habrá oído.
La noche va llegando de puntillas, sin hacer ruido. Mientras pasea por las callejuelas, la tarde permanece escondida en los tejados.
La noche siempre termina encontrándola.
¡Uy que frío está el suelo! Menos mal que el abuelo está calentito como una estufa. Con esa bata de cuadros que tiene, parece como si los campos sembrados me abrazasen.
Que contentas estaban las montañas al verme aparecer por la colina. Hasta se pusieron de puntillas para parecer más altas
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